A raíz de que los acontecimientos del 11 de septiembre sacudieran al mundo, las preocupaciones más inmediatas del mundo económico se centraron en la crisis o desaceleración económica comenzada con anterioridad y que esos acontecimientos agudizaban. En el año posterior, la atención estuvo así centrada en su previsible duración, en si esta sería una recesión en la que se tocara fondo una sola vez o si habría un «double dip», y en cómo y cuándo comenzarían a detectarse los signos y a entrar en operación los factores que reanimarían de nuevo las economías de los países avanzados y, con ellas, la economía global. A medida que la recuperación de la economía norteamericana ha ido confirmando un vigor y una robustez muy por encima de lo pronosticado, y a medida que las grandes economías de la Europa continental parecen haber superado tardíamente lo más profundo de la crisis y podrían haber comenzado una titubeante recuperación, la atención se ha ido desplazando de los pronósticos coyunturales, nuevamente hacia análisis estructurales e institucionales que puedan explicar porqué la economía norteamericana crece en promedio a tasas bastante superiores a las europeas, porqué tiende a salir de las recesiones con mayor prontitud y vigor, porqué es más innovador su aparato productivo que el europeo e incorpora las innovaciones antes que Europa, y porqué la productividad general del sistema aumenta en Estados Unidos a tasas que no sólo son bastante superiores a las europeas, sino que han ido aumentando la diferencia a lo largo de las últimas tres décadas. Mayores tasas de crecimiento económico y de la productividad, y una mayor y más rápida incorporación al aparato productivo de la innovación son producto de una mejor asignación de los recursos, y este mejor aprovechamiento se asocia, a su vez, con mercados más competitivos, más transparentes y más flexibles, que transmiten mejor las señales que deben guiar la asignación de los recursos, y también con una menor interferencia pública -fiscalidad incluida- que enmascare esas señales. Se asocia, por lo tanto, con el marco institucional en el que se desenvuelve la actividad económica. En ese terreno, los Estados Unidos y los «tigres» asiáticos gozan de indudables ventajas, por lo que respecta al crecimiento económico en comparación con Europa, considerada en su conjunto. En Europa, sin embargo, se observan diferencias notables: mientras el tigre celta ruge con fuerza y algunos cachorros eslavos y bálticos muestran signos prometedores de que pronto lo harán, las viejas economías de Europa continental languidecen en el déficit y la euroesclerosis. Incapaces de poner en marcha reformas estructurales cuya necesidad es clamorosa, desempolvan viejas recetas y obsoletas proclamas, sueños y aspiraciones, en la esperanza de que enmascaren el fracaso al que esos y otros sueños quedan condenados por su inacción. Y uno de los sueños que pueden evaporarse si se repiten o enquistan episodios como el del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o se consolida el directorio de los exánimes, es el sueño de Europa. En medio, entre los tigres y los inmóviles, está España. Las reformas introducidas en la Legislatura 1996-2000 y la política de consecución del equilibrio presupuestario iniciada en 1995 le han valido un tránsito por las dificultades económicas de los primeros años del nuevo milenio mucho más confortable que el de otros países de nuestro entorno, con los que España ha acortado diferencias. Le han valido también diez años de crecimiento ininterrumpido, de los que España emerge como un país distinto, un cambio histórico que puede sintetizarse en un dato: la población empleada, que apenas había variado en los treinta años anteriores, ha aumentado en el último decenio en más de un 25%. La productividad aparente del trabajo ha evolucionado, sin embargo, muy por debajo de la norteamericana e incluso por debajo de la europea, en lo que influyen numerosos factores. Unos explican la evolución de los últimos años y tienen innegables aspectos positivos. Otros se proyectan hacia el futuro y tiene aspectos preocupantes. Entre los primeros destacan dos. En primer lugar, el crecimiento económico de la última década se ha traducido en el fortísimo crecimiento del empleo mencionado, lo que hace aumentar el denominador de la relación producto/empleado, por lo que, con tamaño aumento del empleo, es difícil que la productividad por empleado aumente sustancialmente. En segundo lugar, aunque el crecimiento ha tenido lugar en toda la economía, ha sido, sobre todo en los últimos años, más intenso en sectores con un bajo potencial de innovación y aumentos de la productividad, tales como la construcción o buena parte de las industrias y servicios relacionados con el ocio. Entre los segundos, y por lo que respecta a la productividad de los recursos humanos, cabe destacar cuatro: La segmentación y la rigidez del mercado laboral, que dificulta los ajustes, tanto al alza como a la baja, privilegia a los empleados que gozan de contrato fijo y penaliza a los demás y a la productividad es decir, a los salarios reales de todos ellos. Un sistema de pensiones que encarece y desanima el empleo, y cuya difícil y discutida sostenibilidad pone en cuestión el nivel de las pensiones de los actuales empleados y la propia sostenibilidad de las finanzas públicas. Un sistema educativo deficiente, que no proporciona a los estudiantes los conocimientos y habilidades que faciliten su integración y su productividad en el mundo laboral, ni propicia las actitudes que lo favorezcan. Un sistema fiscal que penaliza el ahorro, y con él la inversión, la innovación tecnológica y, en consecuencia, el aumento de la productividad de los factores. Presentamos en el Libro Marrón de este año una selección de colaboraciones sobre el tema «España-Europa: Distintas alternativas para el crecimiento», que no sólo tratan de estos aspectos, sino que aportan unos puntos de vista, muy variados y valiosos, sobre los principales problemas y alternativas que se presentan a la economía española para seguir una senda de mayor crecimiento en el actual contexto de una Europa que podría estarse desperezandose, que debería plantearse las medidas necesarias para hacerlo más rápido y para acercar su crecimiento al de los Estados Unidos después de más de treinta años de frustración, pero que no puede excluirse que recaiga en la somnolencia y la inactividad. Un año más, el Círculo agradece las valiosas colaboraciones de los autores y, muy en especial, el patrocinio de este libro por parte del BBVA.



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