Entrevista a Carlos Espinosa de los Monteros, tercer presidente del Círculo (1992-2000)

Carlos Espinosa de los Monteros

«Pusimos el dedo en la llaga, y eso no nos lo perdonó ningún gobierno»

El nombramiento de Carlos Espinosa de los Monteros como presidente del Círculo de Empresarios abrió una nueva etapa. Las formas suaves y diplomáticas que habían caracterizado a sus anteriores presidentes fueron sustituidas por críticas más directas y contundentes, ante los gobiernos de izquierdas o de derechas. Su elección fue polémica: «La propuesta me la hizo el Presidente, Josechu Ysasi-Ysasmendi, durante la junta que celebramos en Sevilla para conocer como iban las obras, con motivo de la Expo 92. Me sorprendió porque pensé que había otros candidatos con más peso y seniority. Después supe que mi candidatura no había sido una elección fácil. Fue muy debatida por los socios porque había quien me consideraba demasiado junior y otros valoraban mi independencia y libertad de expresión. Uno de los que me manifestaron su total apoyo fue Rafael Del Pino.

– Carlos yo no dudo para nada de tu capacidad y preparación, me dijo.

– Rafael, yo también siento por ti una profunda admiración y tu opinión me merece un gran respeto.

– Pues mira, tu desparpajo y franqueza habrá que canalizarlos con mesura».

Espinosa creó un equipo claramente liberal y confirmó como Secretario General a Vicente Boceta un Técnico Comercial y Economista del Estado como él. Los Abogados del Estado fueron relevados por los Técnicos Comerciales. Los economistas tambien dominaron la junta directiva, con pesos pesados de la talla de José Ramón Álvarez Rendueles, Juan Antonio García Díez, Alberto Recarte, Claudio Boada, Juan Entrecanales, Pedro Ballvé y José Lladó. Y entre sus asesores destacó un economista con una enorme personalidad y muy inclinado a la ortodoxia como José Barea.

En marzo de 1992 la situación había cambiado radicalmente. El ciclo expansivo que se había iniciado en la primavera de 1986 presentaba claras muestras de agotamiento. Los «renovadores» del PSOE habían sufrido una tremenda derrota como consecuencia de la huelga general del 14 de diciembre de 1988, que había contado con el respaldo implícito de la patronal en su afán por desgastar al Gobierno de Felipe González. Como reconocería tiempo después su presidente José María Cuevas, fue un error solo comparable al que cometió en connivencia con Manuel Fraga cuando trabajaron juntos para que González perdiese el referéndum sobre la OTAN, sin tener en cuenta que el precio de tal derrota habría sido la salida de España de la Alianza Atlántica. Una serie de errores que el Círculo de Empresarios había preferido evitar, aún a costa de que se le considerase desde la izquierda y desde la derecha como una organización «complaciente y complacida».

En la sociedad y en el ámbito empresarial se respiraba un enorme pesimismo. El gobierno de Felipe González había iniciado su fase terminal. La huelga general que le había organizado su propio sindicato le había dejado noqueado. Para intentar volver a conectar con sus bases emprendió el denominado «giro a la izquierda» que le fue alejando gradualmente de los planteamientos reformistas y ortodoxos en los que el Círculo de Empresarios le animaba a mantenerse. La salida de Miguel Boyer del Gobierno se había hecho notar, ya que representaba la parte más liberal mientras que Carlos Solchaga que le sustituyó al frente del Ministerio de Economía era más socialdemócrata. Al principio el cambio no se notó y todo parecía indicar que había triunfado el continuismo de la politica económica. Sin embargo, no era cierto, y eso se comprobó tras la huelga general del 14-D que fué vivida por González como una derrota personal e ideológica y expresó a sus íntimos el deseo de abandonar la politica activa. Solchaga, aspiró a ser su sucesor y para ganarse el apoyo del partido acentuó su carácter socialdemócrata: el déficit público se disparó, y en un tiempo record el gasto público pasó de representar el 25 por ciento del PIB a más de 50 por ciento en 1994. El Círculo de Empresarios empezó a perder influencia con los socialistas, quienes decidieron crear su propia organización con los empresarios de las empresas públicas que llamaron «Club de Empresarios». En esa coyuntura la llegada de Carlos Espinosa fué como un soplo de aire fresco.

«Cuando analizo estos 35 años del Círculo de Empresarios lo que más me llama la atención es el sentido de anticipación en muchos de los planteamientos que hicimos en aquellos años. Nuestras críticas y nuestras propuestas fueron recibidas con recelo, cuando no con una abierta hostilidad. Pusimos el dedo en la llaga y eso no nos lo perdonaron ni los gobiernos del PSOE ni los del PP. Tras la denuncia que formulamos después de los fastos de 1992, que acabaron por disparar el gasto público, tres lustros después resulta desalentador comprobar que siguen totalmente vigentes tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Durante todo este tiempo poco se ha hecho para corregir nuestros defectos estructurales».

«Uno de los ejemplos claros que se convirtió en casi una obsesión por parte del Círculo de Empresarios fue la rigidez del mercado laboral, que provenía del Estatuto de los Trabajadores, y que había impedido que la economía española se adaptase a un mundo cada vez más cambiante. Tras el paso de gobiernos de distinto signo político nadie quería quitar este corsé y nos resignamos a ver aumentar el número de parados y como se van batiendo barreras sicológicas de 2, 3, 4, 5 ó 6 millones de parados, sin que a nadie se le ocurra hacer algo drástico para evitarlo. No se trata de tocar un poquito allí y otro poquito allá. No es eso. Tenemos que reconocer que el marco jurídico no sirve y hay que cambiarlo por completo, de arriba a abajo». Otro de las cuestiones en que se enfocó el mandato de Espinosa de los Monteros fue en lo que el Círculo denominó «el santo respeto al déficit público». Se trata, de «una cuestión que obsesionaba a López de Letona. Yo había fichado como asesor a José Barea, que al haber sido director general de presupuestos, se sabía las cuentas públicas al dedillo. Fue él quien nos metió en la cabeza la idea que si no se controla el gasto público, la política económica de un país no es sostenible. Realizamos un informe con un diagnóstico contundente: «desde 1988 la economía española ha estado viviendo por encima de sus posibilidades». También se puso en evidencia que en lugar de destinar los recursos financieros a incrementar la producción de bienes y servicios, que habría permitido aumentar la riqueza, se canalizó hacia incrementos de gasto social que había que financiar a través de la deuda que contraíamos en buena medida con el exterior».

Carlos Espinosa de los Monteros señala con pesadumbre que la crítica que hicieron ante la crisis económica del 93 se puede reproducir íntegramente en la que sufrimos desde 2008, que ha sido la más grave que ha asolado a España en los últimos ochenta años. «Aquella crisis da risa si la comparamos con ésta. El problema es que salimos de ella con una enorme rapidez gracias a las cuatro devaluaciones que hizo Carlos Solchaga y que permitieron que la sociedad empobrecida ni se enterase de lo que había pasado y no aprendimos nada. Nuestra insistencia en controlar el déficit público hizo que nos atacasen los sindicatos y una gran parte de los periodistas de izquierdas, que nos llamaron «ultraliberales», acusación que yo en lugar de aceptar como un insulto consideraba un elogio».

Pero lo que realmente producía desazón en el Círculo de Empresarios era la sensación de soledad a la hora de combatir el déficit y la deuda pública. «El santo temor al incremento del déficit público no lo compartía nadie más. Para los economistas, tanto liberales como socialdemócratas, el déficit era un instrumento en manos del gobierno para poner en marcha políticas anticíclicas. Una gran parte del empresariado que dependía de las subvenciones o las obras públicas recibía como una buena noticia un incremento mayor del gasto. A las autonomías y los ayuntamientos no había nada que les estimulase más que el aumento de gasto y todos los políticos contemplaban la reducción estructural del gasto como una pesadilla. Esto es lo que explica que al final del 2013 la deuda del Estado supere el 90 por ciento del PIB y que el déficit se haya convertido en el principal problema de nuestra economía».

Las descalificaciones arreciaron contra el Círculo, al que se tachó de «derechista y defensor del capitalismo puro y duro» cuando denunció la quiebra de las pensiones públicas a medio plazo si no se adoptaban medidas drásticas. Pedro Solbes, que en 1993 había relevado a Carlos Solchaga, lo advirtió creando una enorme polémica que se saldó constituyendo el llamado «pacto de Toledo» y en el que participaron todos los grupos parlamentarios con la filosofía de retocar un poco para que todo siguiera igual.

Carlos Espinosa de los Monteros en esto también se mostró radical. «Decidimos invitar a nuestra asamblea de finales de 1994 a José Piñera, ex ministro chileno que durante la dictadura de Pinochet realizó la reforma de las pensiones con gran éxito y que posteriormente fue respaldada por todos los gobiernos democráticos de Chile. Esa reforma fue una base muy sólida para el espectacular y equilibrado crecimiento de este país en los años posteriores. La exposición de Piñera fue brillantísma y extremadamente convincente, por lo que decidimos encargarle un estudio sobre la posibilidad de pasar en España de un sistema de reparto a otro de capitalización como habían hecho los chilenos».

Solo el encargo del estudio provocó una descalificación generalizada. Al calor del debate José Barea publicó un trabajo que fue premiado por el Círculo, en el que propugnaba extender la base reguladora de las pensiones a toda la vida del trabajador, aumentar la edad de jubilación a los 70 años e introducir la capitalización progresiva para los nuevos trabajadores. Todos los partidos del arco parlamentario, sin excepción, lo descalificaron. Entre ellos se incluyó también el PP, cuyo secretario general Javier Arenas llegó a decir que «las recomendaciones del Círculo no son aplicables en España; el Pacto de Toledo tiene mejor salud que el día en que se firmó».

«Veinte años después de haber encargado este estudio -dice Espinosa de los Monteros- podemos comprobar que la salud del pacto de Toledo no es tan buena, más bien resulta agónica, y que las recomendaciones de Barea son las que está introduciendo Mariano Rajoy por imposición de Bruselas».

Aquellas críticas a los últimos gobiernos de Felipe González no fueron bien recibidas, hasta el extremo que pusieron la proa al Círculo con el «Club de Empresarios» y al propio Espinosa de los Monteros. «Recuerdo que por entonces yo presidía Mercedes España y había invitado al presidente mundial del grupo a una visita para planificar
nuevas inversiones. Le organicé un encuentro con el Rey, que estuvo espléndido como siempre. Posteriormente fuimos a ver a un ministro del Gobierno. Cuando estábamos en el antedespacho, una secretaria me pidió que yo no estuviera presente en el encuentro. Me resultó raro porque no es lo habitual y además, habría sido conveniente mi participación, dado que podría haberle dado detalles de la empresa en España y de nuestro nuevo proyecto que el nuevo presidente no tenía por qué conocer. Pero me quedé fuera esperando. Ya en la calle, camino del coche, mi presidente me comentó: – Este ministro no parece que le quiera a usted mucho, me dijo.

– ¿Por qué?

– Me ha advertido que no estamos bien representados en España.

– ¿Y qué le ha dicho usted?

– Que a Espinosa le conocemos desde hace muchos años y estamos
muy contentos con su trabajo.

Anécdotas como esta explican que dos décadas después España tenga la mayor crisis de liderazgo empresarial que uno pudiera imaginar. Para presidir una asociación empresarial uno no puede depender del gobierno de turno, o de lo contrario te conviertes en un botones ilustrado o simplemente te destruyen. Esto es lo que le ha pasado a la CEOE cuando Díaz Ferrán sustituyó a José María Cuevas. “Esto -dice Espinosa- sirve tanto para los gobiernos de uno u otro signo político, porque ninguno acepta la crítica ni permiten ejercer la libertad de expresión a la que tienen obligación los empresarios. Por eso la solución menos mala puede ser nombrar representante de los empresarios a un profesional como fue José María Cuevas durante 25 años”.

Pero el Círculo no solo molestó a la izquierda, sino a la derecha y a una parte importante del empresariado: «Nosotros creímos que otro de los temas que había que abordar en nuestro país era el funcionamiento de los consejos de administración de las empresas cotizadas y el buen gobierno corporativo. Este debate había comenzado a abrirse en el mundo anglosajón, y yo había coincidido en una conferencia en Londres con Lord Cadbury, que estaba definiendo un código de buenas prácticas al que se podrían adherir las empresas voluntariamente». «Letona, Antoñanzas y otros socios me animaron a que abordásemos el tema. El resultado fue un informe sobre el gobierno de las sociedades en España que causó un enorme impacto. En él se pusieron de manifiesto la falta de transparencia, el poder absoluto de los presidentes de los consejos de administración, la falta de independencia de los llamados «consejeros independientes» y un largo etcétera. Provocó un fuerte enfrentamiento con CEOE que no aceptaba que hiciéramos autocrítica. Sin embargo, la iniciativa tuvo buena acogida, pues el Gobierno encargó al catedrático Manuel Olivencia que hiciera un código con numerosas recomendaciones para las empresas cotizadas. Tres de nuestros principales dirigentes: Letona, Aldama y Ballvé, participaron en el Grupo de Expertos. También en esto el Círculo fue un adelantado y hoy, cuando se cumple el 35 aniversario del Círculo, uno de los grandes debates abierto en el mundo de los negocios es el comportamiento ético de los gestores, dado que la ausencia de control está en el origen de la gran crisis de 2007 pese a que se han elaborado, y siguen, unas normas mucho más duras y de cumplimiento obligatorio».

En 1996 cambió el gobierno y ganó José María Aznar al frente del PP. «Le recibimos como un soplo de aire fresco porque su predecesor estaba quemado. El nuevo ministro de Economía, Rodrigo Rato tenía un discurso que nos gustaba, coincidía con lo que nosotros estábamos pidiendo. Pero una cosa era lo que decían y otra lo que hacían. Poco a poco nos fuimos dando cuenta que si los liberales no gustábamos al gobierno socialista tampoco les gustábamos a los populares. Es cierto que hicieron cosas bien, como privatizar las empresas del Estado, pero lo hicieron con nepotismo. Pusieron a sus amigos al frente de las mismas porque se fiaban de ellos y así se produjeron casos como el de Juan Villalonga en Telefónica … y alguno más».

“En esto tenemos que reconocer que nosotros no podemos ponernos ninguna medalla. No fuimos capaces de ver las terribles consecuencias de la cultura del pelotazo ni de denunciarla. Nos faltaron reflejos. Teníamos que haber realizado una crítica más dura y haberla condenado con contundencia. No lo hicimos».

Lo que sí apoyó el Círculo fue el cumplimiento de los criterios de convergencia y la entrada de España en la Unión Monetaria Europea. «Desde el Círculo veíamos que, frente a los euroescépticos y una parte del empresariado que temía la libre competencia, nosotros la apoyábamos y la aplaudimos».

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Entrevista publicada en el libro Círculo de Empresarios. 35 años de contribución a la sociedad española



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