Editorial publicada en Actualidad Económica
Lo pequeño es hermoso, pero no para siempre. Como a todos los seres vivos las empresas, por ejemplo, les conviene crecer. Sobre todo si desean innovar, internacionalizarse, acceder más fácilmente a fuentes de financiación y generar empleo estable y de calidad. Las economías con empresas más grandes e internacionalizadas son más productivas, más innovadoras, atraen más talento, cuentan con una mayor capacidad de supervivencia empresarial y con más estabilidad en el empleo en épocas de crisis.
El tejido empresarial español se caracteriza por la convivencia de pocas pero grandes y excelentes multinacionales junto a una miríada de empresas pequeñas, frágiles y con dificultades para crecer. De los 3,14 millones de empresas que existen en nuestro país sólo un centenar son grandes compañías con más de 5.000 empleados; 1.500 son empresas medianas con más de 500; y 260.000 son pymes. De las restantes 1,6 millones corresponden a profesionales y 1,2 a autónomos. Y de entre todas ellas, tan sólo 150.000 pueden considerarse como empresas exportadoras.
España es, además, uno de los países con una menor contribución al empleo de las empresas medianas: un 14 por ciento de la ocupación total frente al 20,5 correspondiente a Alemania. Si bien el tamaño medio de las empresas medianas alemanas es de los más reducidos (94,2 empleados frente a 97 en España) su mayor participación en el tejido empresarial (2,6 por ciento frente al 0,7 por ciento) marca la diferencia. Si España tuviera la composición de Alemania por tamaño de empresa, suproductividad agregada sería un 13 por ciento superior a la actual, según un reciente informe del Círculo de Empresarios sobre “La empresa mediana española”.
En una economía globalizada el futuro de las empresas va a estar necesariamente condicionado por su capacidad de crecimiento e internacionalización. Y parece claro que, hoy por hoy, nuestro tejido empresarial no está convenientemente preparado para ese futuro. Este es un problema que no sólo tienen las empresas españolas, sino que afecta también a las de otras economías emergentes como India o Méjico. En este último país han llegado a acuñar la expresión de “el síndrome de Peter Pan” para hacer referencia a este problema.
Pero si las empresas no crecen no es porque prefieran no hacerlo, sino porque frecuentemente no se les deja crecer. En nuestro país son numerosas las trabas fiscales, laborales y burocráticas que desincentivan el crecimiento de las empresas. Muchas de ellas no se atreven a dar el salto de pequeñas a medianas y de medianas a grandes, para no tener que afrontar los mayores costes que se derivarían de incrementar su facturación o el número de sus empleados. Pasar, por ejemplo, de más de cincuenta empleados exige la creación de un comité de empresa con sus liberados sindicales, mientras que, en términos fiscales, facturar más de seis millones de euros obliga a tributar a un tipo superior y a presentar liquidaciones del IVA e IRPF con mayor periodicidad.
Siendo importante que se produzcan reformas legislativas en esta dirección, lo es también que se pongan en marcha iniciativas de colaboración público-privada que favorezcan el crecimiento de nuestras empresas. Un ejemplo en este sentido es el proyecto Cre100do.es que han lanzado la Fundación Innovación Bankinter, el ICEX y el propio Círculo de Empresarios, con el objetivo de crear cien nuevas grandes empresas españolas a lo largo de los próximos cinco años.
Cre100do.es tiene previsto seleccionar cada año entre 15 y 25 empresas que facturen entre 25 y 250 millones de euros, para ayudarles a que incrementen sensiblemente su facturación y ello se haga intentando generar un saludable efecto multiplicador sobre la economía española. Para cumplir el objetivo contarán con las ideas, recursos y talento de una serie de empresas asociadas que pondrán a disposición del proyecto su “know how” en innovación, internacionalización y financiación, mostrando a las empresas seleccionadas el camino del futuro.
Estas iniciativas tienen que venir acompañadas de una firme voluntad por parte de la Administración de las necesarias reformas fiscales, burocráticas y laborales que contribuyan a generar un entorno más ágil y competitivo en el que nuestras empresas puedan crecer sin ataduras ni restricciones. Un entorno que sea, al mismo tiempo, lo suficientemente atractivo para los inversores internacionales como para que España se convierta en una plataforma de inversiones y nuevos proyectos, transformándose en una economía más moderna, dinámica y con mayor valor añadido.