El mercado laboral español responde, en su diseño institucional, a un modelo hoy superado, cuyos orígenes se remontan casi a mediados del siglo pasado. En aquel entonces la economía española vivía un tardío proceso de industrialización que demandaba mano de obra básicamente manual. Por el contrario, el sector servicios, gran protagonista de cualquier moderna economía del conocimiento, apenas apuntaba la importancia que ha llegado a alcanzar.
No hay duda de que el mercado laboral en 2009 no es exactamente igual al de 40 ó 50 años atrás, puesto que ha experimentado varias reformas puntuales. Pero su estructura ha permanecido casi inalterada. Así, nos encontramos medio siglo después con una economía abierta, fuertemente terciarizada y con un déficit de resortes para enfrentar los retos que vienen presentándose desde hace 20 años. Nuestro joven sistema democrático, condicionado por las resistencias del statu quo, no ha sabido abordar con valentía la transformación que necesita el mercado de trabajo, limitándose a una sucesión de parches que no han resuelto los problemas de fondo.
Sea como fuere, hay que reconocer que uno de los rasgos más positivos en la prolongada fase de crecimiento en España, que ahora toca abruptamente a su fin, ha sido el intenso ritmo de creación de empleo. En los cerca de tres lustros que van de 1995 a 2007 se crearon nada menos que ocho millones de puestos de trabajo, llevando la cifra de ocupados a máximos históricos por encima de los 20 millones de personas. Esta capacidad de creación de empleo ha integrado a cinco millones de inmigrantes y ha facilitado la incorporación creciente de muchas mujeres españolas al mercado laboral. Asimismo, ha permitido reducir las cifras de desempleo hasta valores no vistos desde hace décadas en nuestro país.
Continúa leyendo …
Si te gusto este contenido, por favor compártelo en tus redes sociales.