Carlos Abad es Managing Director de ARTHUR D. LITTLE y miembro de la Junta Directiva del Círculo de Empresarios.
Las dificultades del momento presente, y la necesidad consiguiente de empresas y Gobierno de recortar gastos e inversiones, no debe conducir a que España abandone la senda emprendida hace décadas para desarrollarse como un país industrialmente avanzado, en el que la inversión en innovación y tecnología juegan un papel capital. Por citar tres métricas elocuentes, entre 1990 y 2010, el sector privado español pasó de invertir menos de 2.000 millones de euros en I+D a superar los 7.500 millones, se pasó de contar en nómina con menos de 40.000 investigadores en el país a casi 135.000 y de solicitar algo más de 250 patentes al año a casi 1.500. En este importante salto adelante, la contribución pública ha sido también fundamental, y pasó, en ese mismo periodo, de suponer menos de 1.500 a más de 7.000 millones de euros anuales. Algunas administraciones autonómicas han jugado, en este sentido, un importante papel, colaborando y ampliando los esfuerzos de los empresarios de sus respectivos territorios. Los sectores industriales, de forma directa o indirecta, representan aproximadamente la mitad de este esfuerzo inversor, y aunque su peso en nuestro PIB se sitúa en el entorno del 15%, supone por contra casi el 60% de nuestras exportaciones, y es bien sabido que nuestras exportaciones son, hoy por hoy, nuestro indicador económico más favorable y un recordatorio de que una parte significativa de nuestro tejido empresarial, y que más nos vale a todos que siga desarrollándose con fuerza, compite con éxito en los mercados globales.
El progreso que esto ha supuesto se muestra con evidencia al observar cómo las empresas industriales españolas consideran la inversión en I+D un elemento estratégico clave para generar crecimiento de sus ingresos y sus resultados; las empresas con más capacidad y mejor gestión de la innovación consiguen de hecho, en media, el doble de ingresos y una vez y media los resultados procedentes de nuevos productos y procesos; y en esta dimensión, tanto como en la de sus prácticas y la sofisticación de sus modelos de gestión, son perfectamente homologables con sus comparables europeas. Un dato muy significativo, por ejemplo, es el de que más de la mitad de las empresas industriales españolas de tamaño grande cuenten con centros de innovación en otros países. Para afrontar los fabulosos desafíos de los próximos años con éxito, el sector industrial español debe abundar en el esfuerzo que ha venido realizando y que tan buenos resultados ha arrojado. En lo cuantitativo. Aunque en el periodo de veinte años referido nuestra intensidad de inversión en I+D ha pasado de ser menos de la mitad a dos tercios de la media europea (hemos pasado del 0.8% al 1.4% del PIB, mientras el conjunto de Europa ha pasado del 1.7% al 2.1%), y esto en buena medida gracias al liderazgo de la industria, aun así de los 21 subsectores industriales en la clasificación que hace Eurostat, 13 siguen invirtiendo, en porcentaje de sus ventas, por debajo de sus equivalentes de otros países europeos. El esfuerzo necesario para superar este desfase parece, no obstante, realizable. Haciendo un cálculo simple y estático (no debe olvidarse que el objetivo perseguido se mueve hacia adelante, y que el paso hoy por hoy lo marcan países que no son europeos), el sector industrial español, para tener el grado de intensidad de I+D de la media de Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido, “solamente” debería incrementar sus inversiones en algo más de 2.000 millones de euros, lo que representaría destinar a este fin, adicionalmente, un 0.5% de sus ventas anuales. Es un orden de magnitud exigente, pero alcanzable si no se pierde el impulso y se le dota del nivel de prioridad que sin duda merece. En lo cualitativo. La industria española también tiene un camino que recorrer en el capítulo del cómo hacer. Tiene que plantearse mayor alcance y ambición en sus estrategias de innovación, para entrar en nuevos cruces de productos y mercados; tiene que profundizar aún más en el desarrollo de formas de innovación “abiertas”, en colaboración con otras empresas y otras instituciones, españolas y también de otros países; en muchos casos, probablemente también debe profesionalizar más y mejorar la gestión de sus recursos y competencias, o inclusive comenzar a avanzar por este camino. En cualquier dibujo, agenda u hoja de ruta de nuestros objetivos colectivos, desarrollar nuestro tejido industrial, como una de las líneas estratégicas a impulsar, debe ocupar un nivel de prioridad muy elevado, y esto sólo será realidad invirtiendo y sofisticando la gestión en innovación y tecnología. Un país sin industria no puede pretender jugar un papel de importancia en el contexto global y una industria que no innova no puede mantener su competitividad. Afortunadamente es posible; muchas empresas lo está haciendo, está detrás de los islotes más saludables y de los indicadores más favorables de nuestra economía, y tanto las empresas, en lo tocante a sus casos particulares, como el Gobierno, en lo referente a las políticas que han facilitado nuestro desarrollo reciente, harán bien en distinguir lo importante de lo urgente, y a pesar de las demandas del momento presente, buscar la manera de “rescatar” la inversión en innovación y tecnología en sus respectivos presupuestos para 2013.